CUENTOS PARA UNOS CUANTOS: MI MEJOR AMIGA

(Contenido sensible)

Éramos amigas, las mejores amigas, nos necesitábamos mutuamente hasta el cansancio, aunque he de admitir que nuestra relación no era de las más sanas, pero era perfecta. Nos conocimos cuando las cosas estaban mal, diría yo que en el momento adecuado. Cuando hasta la mala suerte se alejaba de mí, ella llegó a mi vida. Nuestra relación era una eterna dependencia que nadie conocía y que sabíamos ocultar muy bien debajo de prendas de ropa. No éramos amantes, pero nos hacíamos falta la una a la otra. Ella me arrebataba los miedos e inseguridades con pétalos de rosas que dejaba caer encima de mí, con arañazos de deseo fugaz que me gritaban lo adictivo y peligroso que era todo esto. Me hacían comparar esta relación brutal con los demonios que me acechaban en las noches sin Luna, en los días de niebla e incluso fuera de la habitación, y créanme, valía la pena con tal de no enfrentarme a ellos.

Pero ella nunca me hizo daño, no por sí sola, siempre había alguien que la sostenía con firmeza, que la acercaba a mí y que la ayudaba a hacer que mi ira brotara de mi cuerpo en color escarlata. Admito que la mantuve en secreto, pero...¿quién podría juzgarme? Estar con ella me hacía sentir culpable y, tal vez, incluso merecedora de lo que me pasaba en la vida. Todo ese odio y desesperación al ver que hasta el mismo sol se ocultaba detrás de una nube cuando me veía pasar era horrible. Mi dueña se degradaba a sí misma de tal manera que incluso el más sangriento de los asesinos quedaría en libertad, pobre de ella, que no podía ver el daño que se hacía al no darse cuenta que el camino que tomaba solo giraba en una dirección.

Admito que influencié innumerables veces a mi dueña para que no me obligara a dejar aquella amistad de autosacrificio enfermo, también para evitar compartir aquella relación con alguien más. Me enfermaba ver el roce de aquella amiga mía, delgada y pálida, pero fuerte como el acero, con otra piel que no fuera la mía, que dañara otros nervios y regalara cicatrices a alguien que no fuera yo. Pero todo cambió drásticamente.

Ella cada vez pedía más de mí, cada vez nuestros encuentros eran más turbios e infringían más dolor, yo la amaba y di mi vida por ella. Un día mi dueña llegaba a su habitación y cerraba la puerta a aquellos demonios que la miraban con desprecio. Sabía lo que iba a hacer antes incluso de que llegara a casa. Sacó de un cajón a aquella amiga tan mía, tan nuestra, y la llevó al baño. Al principio dudé de la actitud de aquella incomprendida niña, estaba distante y más temerosa que nunca. Entramos a la tina llena de agua y al fin nos tocamos. Rozamos superficies con deseo, con ansias y sin pensar en lo que pasaría después. Pero para mi dueña no hubo un después, la cuchilla rompió mi piel de arriba a abajo y empezó a brotar claustrofóbica sangre que anhelaba salir de su encierro. Brotó hasta que mi poseedora me dejó caer al agua tiñéndola de carmesí. Me dejé llevar, no hice ningún intento por detenerla y morimos juntas, en un abrazo mortal, sin haber aprendido nada de aquella relación que gritaba por todos lados peligro. Una mujer entró, vio por última vez el rostro blanquecino y desilusionado de aquella niña y descubrió, entre lágrimas, la identidad de la mejor amiga que aún abrazaba con amor el brazo de su hija.

ILUSTRACIÓN DEL ARTISTA DIGITAL "AVOGADO"

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